Es una sensación de aturdimiento, más que de cólera o indignación, y menos aún de venganza. Alemania tiene más preguntas que respuestas tras el atentado que el viernes dejó al menos cinco muertos y 200 heridos en el mercado navideño de Magdeburgo, una de estas ciudades donde muchos se sienten protegidos, en la confortable provincia, de las convulsiones del mundo. ¿Qué falló? ¿Y quién era el hombre que al volante de un automóvil embistió contra las personas que comían salchichas o bebían el típico vino caliente? Todo sucedió en menos de cinco minutos, los que su potente BMW tardó en cruzar pasadas las 19.00 horas la concurrida plaza del Ayuntamiento, donde en estas fechas se instalan las casetas de madera y las decoraciones de Navidad. ¿Qué quería este saudí que dice odiar el islam y que en un instante hizo saltar por los aires la paz de una ciudad con una larga historia de guerras cruentas y bombardeos apocalípticos?