- Con una baja recaudación en taquilla y dificultades para conseguir financiamiento, los cineastas venezolanos cada vez apuntan más al exterior para producir sus proyectos, sin depender del Estado
Cada segundo sábado de febrero se celebra el Día Mundial del Cine. La fecha no obedece a un acontecimiento en particular, sino más a la iniciativa misma de invitar a las personas a disfrutar de esa experiencia ancestral de reunir a escuchar una historia, pero bajo la magia de la gran pantalla. Un sentimiento universal que trasciende fronteras y barreras culturales, pues cada país tiene su propia industria cinematográfica.
La industria venezolana, aunque más modesta si se le compara con otras de la región como México o Brasil, posee un extenso legado que se remonta a 1897, cuando se proyectaron en el Teatro Baralt de Maracaibo, estado Zulia, las cintas Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa, y Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo. Ambas grabaciones costumbristas hechas por Manuel Trujillo Durán, sentaron el inicio del cine venezolano.
Desde entonces, con el paso de las décadas, la industria venezolana se fue haciendo más grande, ahora con largometrajes y productoras como Bolívar Films. También con el apoyo del Estado, que creó iniciativas para financiar el trabajo de los cineastas, como el Fondo de Fomento Cinematográfico (Foncine) en 1981, o el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), en 1994 y vigente en la actualidad.
Sin embargo, la industria cinematográfica no ha sido ajena a eventos que han marcado la historia contemporánea reciente, como la crisis económica que vive Venezuela desde el año 2016 o la pandemia de covid-19 de 2020, las cuales alejaron a los espectadores de las salas de cine, y han sumergido al sector en una situación complicada.
En números
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Entre los años 2010 y 2014, el promedio de asistencia anual en las salas de cine venezolanas fue de aproximadamente 28,8 millones de entradas vendidas, de acuerdo con cifras del CNAC. A partir de 2015, la caída en la asistencia se acentuó cada vez hasta 2020, y la pandemia asestó la estocada final con el cierre total de los cines. Cuando la flexibilización parcial de la cuarentena permitió reabrir las salas con limitaciones en 2021, las ventas fueron de apenas 2 millones de entradas.
En 2022 hubo una recuperación del sector, con 5,8 millones de entradas. Esto motivado en parte por el estreno de grandes blockbusters como Avatar: el camino del agua, Top Gun: Maverick o Jurassic World: Dominion. Desde entonces, pese a crecer cada año de forma muy paulatina, las cifras actuales están lejos de alcanzar los promedios de hace 10 años. De acuerdo con la Asociación de la Industria del Cine (Asoinci), en 2024 se vendieron 7,8 millones de entradas, un leve incremento respecto a las 7,7 millones de 2023.
Las cifras se vuelven aún más dramáticas cuando se habla de la taquilla de películas venezolanas. Asoinci reportó que las 20 cintas estrenadas en 2024 sumaron 75.436 entradas vendidas, siendo Alí Primera la película más vendida, con alrededor de 20 mil. Esto representa menos del 1 % de la taquilla total nacional y una caída significativa respecto a 2023, cuando se registraron 204.821 espectadores, la mitad de ellos concentrados en la cinta Simón, de Diego Vicentini.
En problemas
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El desinterés del público en las películas venezolanas supone un reto para sus creadores, quienes realizan sus películas en un ambiente cada vez más hostil. Por ejemplo, la recaudación de Alí como película más taquillera del año fue de solo 44 mil dólares. Al ser una cinta financiada por el Estado venezolano se desconoce de cuánto fue su presupuesto.
El crítico de cine Sergio Monsalve aseguró en un artículo de opinión que la última película venezolana considerada como rentable fue Simón, que tuvo un presupuesto de $30 mil y una recaudación de $282 mil. “Las cifras descienden en la taquilla, bajo la sospecha del espectador de ver un cine tímido, digitado y directamente proselitista, como el caso de la película Alí, cuya campaña fue impulsada por todos los medios y canales del Estado, para crear una burbuja y potenciar el fondo de las narrativas binarias del progresismo endógeno”, escribió.
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Con este panorama, resulta una tarea titánica para los cineastas conseguir financiamiento para sus proyectos. En una entrevista para el portal Crónica Uno en 2022, el director Edgar Rocca reconoció que para los productores resulta poco atractivo apoyar películas que probablemente generarán pérdidas económicas, pues mientras una producción venezolana podría vender entre 30 mil y 100 mil entradas entre 1987 y 2014, en la actualidad difícilmente suelen llegar a las 3 mil.
Esto ha llevado a que los directores se las ingenien al momento de conseguir recursos. Por ejemplo, el documental Érase una vez en Venezuela, Congo Mirador (2020) inició en 2021 una campaña de crowdfunding en Internet para recaudar los 30 mil euros ($31 mil) para costear sus gastos de marketing y relaciones públicas. La técnica, normal para cortometrajes y películas de bajo presupuesto, ahora se ha popularizado en los largometrajes hechos en Venezuela.
¿Y el apoyo Estatal?
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El crecimiento del cine venezolano durante la segunda mitad del siglo XX se debió en gran parte al apoyo que el Consejo Nacional de la Cultura (Conac) le dio a cineastas independientes a través del Foncine y el CNAC. Así,aunque sus películas solían criticar duramente la realidad política y social de los gobiernos democráticos, los directores tenían garantizados los recursos y la distribución de sus cintas.
Esto cambió con la llegada al poder de Hugo Chávez, cuando el financiamiento a las películas se volvió más selectivo, apoyando solo a proyectos alineados con las narrativas oficiales, o que evitaran tocar temas censurados por el gobierno. Incluso, ya en el gobierno de Nicolás Maduro, se llegó a prohibir el estreno en Venezuela de cintas como El Inca (2017) e Infección (2019). Esta situación tras la pandemia mejoró con la llegada de Carlos Azpúrua a la presidencia del CNAC, ente que aprueba la distribución y exhibición de una película en el país a través del Registro Nacional de Cinematografía. Películas como Simón llegaron a estrenarse en cines venezolanos, aunque otros expertos aseguran que la carga crítica de otras cintas, especialmente las hechas dentro de Venezuela, bajó significamente.
“En 2024, volvimos a un patrón, que se creía superado, de congelamiento de certificados en el CNAC, en un estado de miedo y persecución política, de listas negras y macartismo, de centralización e intoxicación de propaganda audiovisual, a merced de los criterios dogmáticos y maniqueos de una elección, según el relato oficial”, denunció Monsalve en su artículo publicado en El Nacional.
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Más allá eso, el propio CNAC ha perdido también capacidad para financiar proyectos. En 2016 la institución dejó de pagar su cuota anual en el programa Ibermedia, lo que impide ahora a los cineastas acceder al financiamiento de esta productora española. En 2023 el CNAC aprobó 51 proyectos, de los cuales 16 correspondieron a postproducción de cintas grabadas en 2022; 32 a películas remitidas a la Comisión de Estudio de Proyectos Cinematográficos y 3 largometrajes finalmente autorizados para recibir recursos.
Fuera de eso, otras iniciativas del gobierno también han mermado sus capacidades. Un ejemplo es Villa del Cine, productora creada en 2006 con un gran complejo de estudios que prometía convertirse en un Hollywood a pocos minutos de Guarenas-Guatire. Sin embargo, tras un año 2013 en el que llegó a estrenar hasta seis películas, su ritmo bajó considerablemente, con solo 4 películas y una miniserie producidas entre 2014 y 2024.
Desde afuera

La diáspora venezolana también afectó a sus industria cinematográfica, con directores, productores, escritores y técnicos que han emigrado para escapar de la crisis humanitaria compleja. Sin embargo, esto también le ha abierto las puertas a toda una generación de realizadores, quienes han encontrado en las coproducciones con otros países la capacidad para encontrar el financiamiento que no hubieran tenido en Venezuela.
Por ejemplo, Simón fue hecha en Miami, Estados Unidos, con el apoyo de la comunidad venezolana de ese país. Otras películas como Jezabel (2022), de Hernán Jabes, aunque fueron mayoritariamente grabadas en Venezuela, es una coproducción con México, país donde se hicieron sus escenas en la Caracas del futuro.
Esta situación también ha permitido crecer a figuras emergentes en la escena, como Diego Vicentini o Nico Manzano, radicado en Ciudad de México, quien tras años dirigiendo videos musicales se aventuró en 2021 a estrenar su ópera prima Yo y las bestias, que ganó el Festival de Cine Venezolano 2022. También les ha permitido gozar de mayores licencias artísticas para abordar temas complejos sobre la realidad venezolana con libertad, al no depender de instancias gubernamentales.
La entrada Día Mundial del Cine: ¿en qué situación se encuentra la industria cinematográfica en Venezuela? se publicó primero en El Diario.