
Casas amuralladas, pasajes cercados con puertas de metal y parques vallados por completo. Solanda, una parroquia al sur de Quito, capital de Ecuador, ha transformado sus lugares abiertos en fortificaciones. José Calderón, líder barrial, abre la puerta para entrar a una estrecha calle que conduce a una manzana de casas. Nadie entra si no vive allí. Como su calle, hay otras cientos que se han resguardado del peligro con barreras. Es su forma de enfrentar la ola de violencia que los devasta. Los vecinos miran con asombro como cada mes hay un enfrentamiento armado. Las pruebas están ahí: asesinatos, balaceras y negocios atacados a tiros.