Hugo Chávez era conquistador y no le decía que no a una buena tertulia. Pero era abstemio. Dormía poco y si tenía que levantarse en dos horas lo hacía y se subía a un helicóptero. No desatendía un evento. Varios de sus ministros cayeron en desgracia por sus vidas desordenadas. En sus programas de televisión era el último en almorzar, no levantaba el tenedor hasta que todo el público había comido. La actual cúpula chavista ha heredado esa disciplina. No aceptan un whisky, no bromean en las reuniones con gente de fuera, practican la puntualidad. Les incomodó que Gustavo Petro enviase a Caracas un embajador parrandero. No tienen amantes, el primero Nicolás Maduro, que no hay día que no muestre amor a su esposa en público. El poder es su vicio conocido. Maduro acaba de consumar su deriva dictatorial y asegura que solo abandonará muerto el Palacio de Miraflores. Devenido en cadáver.