Cuando terminó la embestida, Vitaliy* ya no tenía fuerzas. Sus compañeros de prisión le ayudaron a limpiarse la cara, que estaba cubierta de sangre. Tras una pausa, volvieron sus carceleros. Le pusieron una bolsa en la cabeza, le tumbaron en el suelo y le ataron.
«Me conectaron cables a las piernas. No sé cuánto duró. Me dieron descargas eléctricas», dice Vitaliy con calma, sentado en Puri Chveni, un restaurante georgiano de la ciudad de Zaporiyia. No pidió nada ni de comer ni de beber. El exmecánico sigue siendo un hombre emocionalmente herido, no solo en lo físico. Aunque recuerda los detalles de su encarcelamiento, aún tiene que armarse de valor cada vez que habla de ello en voz alta.
Vitaliy recuerda cada detalle del día en que fue detenido: 27 de julio de 2022. Aquel día de finales de verano, los rusos se presentaron en su estación de servicio en la ocupada ciudad ucraniana de Melitopol. Le golpearon, le preguntaron si conocía a alguien del ejército ucraniano y se lo llevaron. Vitaliy fue enviado primero a un lugar conocido como los garajes -un local industrial vacío utilizado por los ocupantes para torturar a los ucranianos-, donde fue sometido a descargas eléctricas. A continuación, Vitaliy fue trasladado a otro centro de detención en condiciones miserables durante casi dos meses. Allí se le negó el contacto con familiares o un abogado, pero finalmente no se presentaron cargos contra él. Fue liberado la noche del 22 de septiembre de 2022. Desde entonces ha huido de los territorios ocupados.
Como Vitaliy, miles de civiles han sido secuestrados ilegalmente y retenidos en secreto desde la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022. Mikhail Savva, experto del Centro para las Libertades Civiles (CCL) -una ONG ucraniana de derechos humanos galardonada con el Premio Nobel- explicó: «Muy a menudo, tienen el estatus de ‘incomunicados’, lo que significa que son capturados de forma no oficial y arrojados a sótanos o fosas excavadas en las ciudades. Son golpeados, torturados y obligados a declarar». Después, se les aísla totalmente del mundo exterior.
Estos prisioneros fantasmas se habían convertido en una obsesión para Viktoriia Roschyna, periodista ucraniana. Roschyna desapareció el 3 de agosto de 2023, mientras investigaba los centros secretos de detención en el triángulo entre Melitopol, Energodar y Berdiansk, tres ciudades del sureste ocupado del país. Ella misma se vio atrapada en este opaco sistema. Viktoriia estuvo encarcelada más de un año, incluidos al menos ocho meses en Taganrog, al otro lado de la frontera, en territorio ruso, antes de ser declarada muerta en octubre de 2024 por el Ministerio de Defensa ruso.
Forbidden Stories, cuya misión es continuar el trabajo de los reporteros asesinados, encarcelados o silenciados, puso en marcha una investigación en cuanto se conoció la noticia de su muerte. Junto con 12 medios de comunicación asociados, pasó tres meses investigando la detención y tortura sistemáticas de civiles ucranianos por parte de Rusia.
“Lo más probable es que sea el FSB”
La detención ilegal suele empezar de la misma manera que le ocurrió a Vitaliy. Los captores casi siempre van encapuchados y vestidos sin signos distintivos, a menudo con ametralladoras colgadas al hombro.
Eran alrededor de las 9 de la mañana del 24 de agosto de 2022, Día de la Independencia de Ucrania, cuando Maksym Ivanov vio llegar a un grupo de pistoleros rusos en un Renault Duster. Este paisajista de 28 años fue detenido mientras repartía octavillas proucranianas con su pareja, Tatyana Bekh, en el centro de Melitopol.
“Me tiraron al suelo, me registraron la mochila y miraron mi teléfono”, recuerda el joven. Esposados, la pareja fue conducida a la comisaría de la calle Chernyshevskogo. Ivanov no se arredró durante el interrogatorio que condujeron dos rusos “con camiseta, boina y pasamontañas”. Les dijo que “no tienen derecho a ocupar Ucrania”. Sus guardias reaccionaron golpeándole las costillas y la cara.
Aunque es difícil de demostrar, los lugareños creen que en estas acciones están implicados agentes de los servicios de inteligencia rusos. “Lo más probable es que sea el FSB”, dijo Savva, del CCL, refiriéndose al Servicio Federal de Seguridad de Rusia. «Pero no siempre es así. Ocultan su identidad. También podría tratarse de contraespionaje militar».
En su último informe, la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Ucrania, creada por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, también sugiere la presencia de “fuerzas armadas rusas” y del FSB en estos secuestros. Pero la falta de claridad sobre la identidad exacta de los secuestradores ha dificultado la búsqueda de las familias.
Olga* ha removido cielo y tierra para encontrar el más mínimo rastro de su marido, Oleksander*, capturado en diciembre de 2022 en su pueblo, al norte de Melitopol. “Recurrí al Comité de Investigación de la Federación Rusa desde el primer día”, explica Olga, de 55 años, a Forbidden Stories. “Me puse en contacto con el FSB dos veces y me dijeron que no estaba detenido y que no había cargos contra él. Escribí ocho veces al Ministerio de Defensa ruso, que respondió por primera vez en marzo de 2024”.
Una máquina de tortura
Mientras sus familias intentan reconstruir las escasas pistas sobre sus seres queridos, los prisioneros son destruidos durante su detención. No era sólo la tortura, dice Vitaliy: las condiciones de vida también eran deplorables. Vitaliy describe la celda en la que estuvo detenido, en los garajes, como una habitación de 10 por 5 metros con una estantería metálica vacía, tres o cuatro viejas puertas de madera sobre las que había varias mantas desgastadas y un sofá hundido. A modo de retrete, se había colocado un cubo en un rincón.
“Dormíamos en este sofá y en estas puertas”, dijo Vitaliy. El siguiente centro de detención en Melitopol no era mucho mejor; la celda estaba situada en un semisótano, con un lavabo que no funcionaba y sin acceso a una ducha.
A esto hay que añadir las sesiones de tortura diarias. “Había rusos que se encargaban específicamente de esto”, dijo Petro*, que estuvo retenido durante un mes en los garajes. “En cuanto ponían música muy alta, significaba que empezaban a torturar. Incluso con el sonido, oía a mi compañero de celda gritar y rogarles que pararan”.
Los habitantes de los territorios ocupados adoptaron un nombre para las celdas donde se torturaba: cámaras de tortura.
“La tortura es inseparable del interrogatorio, y el FSB se vuelve violento para obtener una confesión”, declaró una fuente de seguridad europea a un miembro del consorcio liderado por Forbidden Stories.
Una vez obtenida una confesión bajo tortura, algunos son puestos en libertad. Otros, sin embargo, son trasladados al sistema penitenciario oficial ruso, donde permanecen como prisioneros fantasmas, casi imposibles de localizar o contactar. En casos más raros, los civiles ucranianos son acusados de cargos falsos, como terrorismo o sabotaje.
El ingreso en una colonia penal oficial o en un centro de detención preventiva reconocido por Moscú dista mucho de ser una vuelta a la normalidad para estos prisioneros; más bien al contrario. “Rusia opera una máquina de tortura”, declaró a Forbidden Stories Alice Jill Edwards, Relatora Especial de la ONU sobre la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes. «Es una práctica institucionalizada dentro y fuera del país».
El Cuartel General de Coordinación Ucraniano para el Trato a los Prisioneros de Guerra y el CCL han identificado 186 lugares donde civiles y soldados ucranianos están confinados, tanto en Rusia como en los territorios ocupados. De ellos, Forbidden Stories y sus colaboradores han identificado al menos 29 en los que la tortura y los malos tratos son sistemáticos. El centro de detención número 2 (o SIZO-2) de Taganrog es conocido por ser uno de los peores. Fue aquí donde, a finales de diciembre de 2023, se encontró la periodista Viktoriia Roschyna.
“Te mostraremos las delicias de la vida”
“Ha llegado una nueva puta ucraniana y nos la vamos a coger”.
Estas fueron las palabras con las que saludaron a Yelyzaveta Shylyk la mañana del 31 de enero de 2023, el día de su llegada a Taganrog. Antes de insultarla, los guardias la habían desnudado y filmado desde todos los ángulos. Cuando le pusieron las manos a la espalda para llevarla a la celda, uno de los guardias le dijo: “Prepárate, vamos a mostrarte todas las delicias de la vida”.
Su escolta la golpeó en el costado, luego en las piernas, la espalda, los omóplatos y los brazos, con un palo de metal.
“Me quedé atónita”, declaró Shylyk, exmiembro del batallón Aidar del ejército ucraniano, que había colgado el uniforme dos meses antes de su detención.
Según la presente investigación, cientos de ucranianos, tanto prisioneros de guerra como civiles, han pasado por SIZO-2 desde el comienzo de la invasión rusa. Durante años, este centro de detención preventiva de Taganrog, ciudad rusa situada en la región de Rostov y bordeada por el mar de Azov, retuvo a menores y mujeres con niños. A pesar de su fachada verde claro, es una instalación de aspecto lúgubre, con alambre de espino, edificios de ladrillo y un muro perimetral descolorido. Tras su invasión de Ucrania, el Servicio Penitenciario Federal de Rusia (FSIN) optó por convertir este centro de detención en una especie de fábrica de tortura, ampliándolo hasta convertirlo en un centro capaz de absorber un número creciente de cautivos.
“Taganrog es uno de los peores lugares en los que he estado”, afirmó Julian Pylypei, un ex infante de marina ucraniano que estuvo recluido durante un mes en SIZO-2.
Para Pylypei, que en sus 30 meses en cautiverio pasó por seis prisiones distintas, SIZO-2 destacaba por su singular forma de brutalidad. Dos veces al día, “los guardias vienen y te pegan con todo lo que pueden”, dijo. “Me han dado con la pistola eléctrica, me han golpeado por todas partes, en los brazos, las costillas, y me han estrangulado”.
El ‘Guantánamo ruso’
El funcionamiento interno de Taganrog y el FSIN es una caja negra, casi imposible de investigar.
Dos defensores rusos de los derechos humanos, que pidieron el anonimato porque siguen trabajando en Rusia, dijeron a Forbidden Stories que el FSIN tomó medidas adicionales para ocultar o borrar las estadísticas de las prisiones después de la invasión, en un intento por oscurecer cualquier investigación futura. “No sabemos nada de la gente que trabaja allí ni de las instalaciones. Absolutamente todo está oculto”, afirmaron.
Ante esta caja negra, Forbidden Stories y sus socios utilizaron imágenes de satélite para analizar la transformación de Taganrog en el Guantánamo ruso durante los meses posteriores a la invasión. Las imágenes obtenidas por el consorcio revelan la instalación de nuevos tejados metálicos en varios edificios del SIZO-2 para el momento de la llegada de los primeros prisioneros ucranianos, 89 combatientes del regimiento Azov de Mariupol, en mayo de 2022. Según esas imágenes, las obras en el edificio duraron hasta principios de enero de 2023.
A pesar de las renovaciones, nuestra investigación apunta a un probable hacinamiento en la prisión. Antes de la invasión, SIZO-2 albergaba oficialmente a 442 reclusos, pero los datos de aprovisionamiento obtenidos por el consorcio sugieren un aumento sustancial. El suministro de papas para la instalación, por ejemplo, se ha más que cuadruplicado desde noviembre de 2021. “Nuestra celda estaba diseñada para tres personas. Pero éramos seis”, señaló Pylypei.
Desenmascarando la jerarquía de Taganrog
La información obtenida por Forbidden Stories y sus colaboradores de una fuente de los servicios de inteligencia ucranianos confirma el alcance de los abusos sufridos por los ucranianos detenidos en Taganrog. Según esa fuente, en el sótano de SIZO-2 se instaló una cámara de tortura. Entre los peores métodos empleados figuraban descargas con pistolas eléctricas sobre el cuerpo mojado, asfixia “lenta” con una máscara de gas, detención desnuda en una jaula con un perro y temperaturas bajo cero. Al parecer, 15 personas habían muerto a causa de torturas y palizas en otoño de 2024, según los servicios de inteligencia ucranianos. “Dos veces me sentaron en una silla y me aplicaron descargas de 380 voltios, con pinzas fijadas entre los dedos de mis pies mojados”, relató Shylyk, excombatiente de Aidar.
Los torturadores de Shylyk no tenían nombres o rostros, y utilizaban habitualmente máscaras y apodos. A pesar de ello, nuestro consorcio puede revelar las identidades de varios miembros de la jerarquía de SIZO-2. Entre ellos figuran Alexander Shtoda, director del centro de detención de Taganrog; Andrey V. Mikhailichenko, su adjunto; y Alexander Klyuykov, jefe del departamento especial de Taganrog.
Entre los torturadores había unidades especiales del FSIN. Con nombres como Grozny, Shark, Lynx y Saturn, estas unidades rotaban entre varias prisiones. Su objetivo: doblegar a los ucranianos. “Nuestra jerarquía nos dijo sin tapujos: ‘podéis hacer lo que queráis’”, relató un antiguo miembro de las fuerzas especiales, que acabó desertando: “La violencia era desenfrenada, completamente incontrolada”.
Ninguno de los funcionarios rusos consultados por el consorcio -el Kremlin, el Servicio Federal de Seguridad (FSB) y el Servicio Penitenciario Federal (FSIN), así como varios altos mandos de Taganrog- respondió a las correspondientes peticiones de comentarios.
Mientras tanto, los pocos rusos ajenos a la operación autorizados a visitar Taganrog repiten la misma historia. Las condiciones de detención de los ucranianos en SIZO-2 “no son tan malas”, según Igor Omelchenko, presidente del Comité de Supervisión Pública (CSP), una organización que se supone que refuerza la supervisión pública de los lugares de detención.
Pero para quienes han sido liberados, el recuerdo de SIZO-2 sigue siendo nítido y doloroso. Mykhailo Chaplya, detenido durante 22 meses en SIZO-2, nos mostró sus manos llenas de cicatrices. Los guardias le pedían que las mantuviera contra la pared y luego le golpeaban, haciéndole cortes en las palmas. “Todos los que salen de Taganrog tienen estas cicatrices”, dijo.
Mientras tanto, los familiares de los detenidos desaparecidos siguen buscando frenéticamente a sus seres queridos. Entre ellos se encuentra Anastasia Glukhovska, de 32 años, periodista que trabajó para RIA Melitopol hasta la ocupación de la ciudad ucraniana por las fuerzas rusas. Secuestrada el 20 de agosto de 2023, su familia no recibió noticias suyas durante año y medio, hasta que la Cruz Roja rusa la contabilizó como “prisionera de guerra” el 26 de febrero.
“Una fuente nos dijo que estuvo en Taganrog hasta agosto”, declaró su hermana Diana. Según esta, se habría cruzado con Viktoriia. La hermana de Glukhovska relató el dolor de la ausencia de un ser querido: las cartas sin respuesta, la culpa de no haber hecho lo suficiente o de haber pasado por alto algunas pistas clave. «Sólo hemos recibido un documento en año y medio de cautiverio. Eso no es normal», dice Diana. «Mi hermana no ha hecho nada malo. Sólo la retienen porque quieren».
“La violencia era desenfrenada, totalmente incontrolada”.
Por su valor testimonial, a continuación se transcribe parte de las declaraciones de un exmiembro de las fuerzas especiales del FSIN, hoy desertor.
“Al principio, oímos que una unidad especial iba a ir a la región de Briansk. Pensé: ‘Bueno, quizás los envíen allí a luchar’. Me opuse rotundamente. Pero luego me enteré de que iban allí a torturar prisioneros. No sólo prisioneros de guerra, porque solo un pequeño porcentaje de ellos eran soldados. El resto eran civiles: personas que habían sido secuestradas, llevadas a territorio ruso y sometidas a un trato horrible.
“Toda la cadena, desde el general y su adjunto hasta el comandante de la unidad de fuerzas especiales, pasando por los soldados, nos decía que teníamos que ‘trabajar duro’, hacer todo lo posible. Ese era el eufemismo; todo el mundo entendía lo que significaba. No se grabaría en video ninguna acción violenta. Eso se dijo claramente. Sin documentación, sin supervisión. La violencia era desenfrenada, totalmente incontrolada. Era como si ya no estuvieran en Rusia y fueran libres de hacer absolutamente lo que quisieran. No era solo presión psicológica. Era destrucción deliberada, de las fuerzas especiales, de todos los implicados.
“Se me quedó grabada una anécdota. Un prisionero de Azov estaba en el patio de armas y el jefe le gritaba. El prisionero dijo: ‘¿Qué hago? ¿Ahorcarme?’. El jefe le respondió: ‘Dale una cuerda. Que se ahorque. Y no llames a los médicos. No abras la celda. Muérete, zorra’”.
*Los nombres de pila han sido cambiados a petición de las víctimas.