El historiador Pablo Macera solía decir que “el Perú es un burdel” para describir el caos de un país dividido que no ha superado sus traumas. En las elecciones generales del 2016, una trabajadora sexual llamada Ángela Villón tentó un escaño bajo el eslogan de que era “una puta decente que haría del Congreso un burdel respetable”. En este 2024, la realidad ha dejado de ser una metáfora provocadora o una frase llamativa. El destape de una presunta red de prostitución en el interior del Parlamento, la institución más desprestigiada del país, solo puede ser la constatación, según los analistas, del estado de descomposición en que se encuentra la clase política peruana.