Durante milenios, el proceso ha sido siempre el mismo. Un imperio, un centro de poder, podía caer con rapidez o gradualmente, fruto de su descomposición interna o por factores ajenos: una invasión, una catástrofe natural. Pero nunca porque su líder decidiera dinamitar su hegemonía a conciencia. Y, sin embargo, es lo que el estadounidense Donald Trump parece estar haciendo: reventar el orden mundial a pesar de que este le da ventaja.