Javier Milei siente, tras 10 meses de gestión, el peso de su política de ajuste. Ha caído más de diez puntos desde mayo, cuando su imagen positiva alcanzó el 54%. Había bajado la inflación del 8,8% al 4,2% mensual y el éxito de su estrategia compensaba el costo de los recortes que aplicó para eliminar el déficit. Pero desde entonces no ha dejado de caer en los sondeos y en septiembre y octubre son más los argentinos que lo rechazan que aquellos que lo apoyan. Aún tiene cifras dignas, en torno al 40% de popularidad, pero Milei no es un político cualquiera. Está en franca minoría en el Congreso, no tiene ni un gobernador afín y su partido, La Libertad Avanza, está en construcción. El ultraderechista es un líder sin estructura política que necesita del sostén popular como ningún otro presidente argentino desde el regreso a la democracia, en 1983. Y ha entrado en lo que los analistas llaman “la etapa del desencanto”.