A primera hora del domingo 28 de julio, Angélica Ángel, una estudiante de ciencia política de 24 años, votó por primera vez en las elecciones presidenciales de Venezuela, en su natal Mérida, enclavada en la cordillera de Los Andes. Más de un mes después, siente que ese día no ha terminado, dice desde su exilio en Bogotá, la capital de la vecina Colombia, a 830 kilómetros por carretera. Hostigada por su activismo en defensa de los detenidos por el Gobierno de Nicolás Maduro en la represión de las protestas poselectorales, llegó en carro hasta Cúcuta, la principal ciudad colombiana sobre la línea limítrofe, y siguió su trayecto en autobús. “Estoy consciente de que me tengo que quedar un tiempo más por acá”, asume sin amargura. Como ella, muchos otros dirigentes políticos, defensores de derechos humanos, periodistas o testigos electorales han cruzado la frontera en el último mes en busca de cobijo.