Estados Unidos revivió este fin de semana la pesadilla de la violencia política. Medio siglo después del último atentado a un candidato presidencial, el expresidente Donald Trump fue víctima de un intento de asesinato en un mitin en Butler (Pensilvania). Trump, la figura más divisiva de la política estadounidense, que se ha burlado cuando las víctimas de la violencia política han sido otros, emergió del tiroteo herido leve, con una herida en la oreja y un pequeño reguero de sangre, saludando a sus seguidores con el puño en alto en una imagen icónica para la historia. El atentado fallido sacude la campaña presidencial en vísperas de la convención que coronará a Trump como candidato republicano y líder absoluto del partido. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el propio Trump han llamado a la unidad y han condenado la violencia política. Sin embargo, parece una quimera: destacados trumpistas responsabilizaron del ataque al presidente, en otra señal de la polarización extrema en que se ha instalado la política estadounidense. El fracaso del atentado aleja, eso sí, escenarios mucho más peligrosos y de consecuencias impredecibles.